El mundo va hacia el biocombustible

25.03.2011 | Tendencias

El petróleo amenaza con dejar de fluir. Algunos informes apuntan a que en 2050 apenas si habrá crudo en el subsuelo. Bruselas ha diseñado un plan para sustituir las gasolinas por combustibles de origen vegetal. La tesis Hubbert indica que el paradigma del petróleo está llegando a su fin, y estimula a que las empresas del sector reconviertan sus estrategias. Aquí, un panorama del nuevo escenario energético mundial.


En los años ochenta fue la Curva de Laffer -la teoría, trazada en una servilleta por Arthur Laffer, de que la recaudación fiscal sube si bajan los impuestos-. En los noventa, el Nuevo Paradigma, que fue comprado por, entre otros, Alan Greenspan, y sostenía que las subidas meteóricas de la Bolsa se debían a que la economía había entrado en una nueva fase caracterizada por un crecimiento no inflacionario.

Ahora es el Pico de Hubbert. Ésa es la palabra mágica de la que hay que hablar en cualquier conversación sobre economía. Aunque éste es un concepto bastante más siniestro que el de sus predecesores. Porque el Pico de Hubbert indica que nos estamos quedando sin petróleo. Más exactamente, que la producción mundial de crudo está en su máximo histórico posible y va a empezar a decaer.

¿Cuándo? Eso depende de las ganas que uno tenga de asustar a su audiencia. Si quiere ser pesimista, puede argüir que el Pico se alcanzó hace dos años, y citar a Alí Samsan Bakhtiari, ex presidente de la empresa petrolera nacional de Irán, NIOC, quien afirma que la producción mundial de crudo habrá caído un 32% en 15 años. Si no quiere sembrar el pánico entre la audiencia, puede unirse a los más optimistas, que creen que no se alcanzará hasta 2025.

Pero incluso el escenario más optimista deja poco lugar para la alegría. Porque el mundo cada día necesita más energía debido a que, como recordó Alan Greenspan hace dos meses en el Congreso, «los países en los que más crece el consumo de petróleo son EEUU y China». En otras palabras: las dos locomotoras que tiran del crecimiento en todo el mundo son también quienes amenazan con dejarnos sin petróleo.

La tesis de Hubbert, además, ya se ha probado cierta. Su autor, Marion King Hubbert, un profesor de la Universidad de Stanford y empleado de Shell, predijo en 1957 en un documento disponible en Internet en www.hubbertpeak.com/hubbert/1956/1956.pdf que la producción de petróleo de Estados Unidos alcanzaría su cénit en 1970. Fue un vaticinio increíblemente preciso: EEUU alcanzó su máximo nivel de bombeo de crudo en 1971, y desde entonces, su producción ha ido en declive.

Hubbert -a partir de entonces declinaría- advirtió de que lo mismo pasaría a nivel mundial «en 50 años». Es decir, en 2007. Y los pronósticos no son buenos. Todo parece indicar que Hubbert acertó. El punto máximo del descubrimiento de nuevos yacimientos de crudo tuvo lugar en 1962. Desde el año pasado, la producción de petróleo mundial está esencialmente estancada, según datos de la Agencia Internacional de la Energía (AIE), un organismo dependiente de la OCDE. De acuerdo a la Asociación para el Estudio del Pico del Gas y del Petróleo (ASPO, según sus siglas en inglés), la producción máxima de hidrocarburos se alcanzó en 2004.

La industria petrolera ha comprado la tesis de Hubbert. Ahí está para confirmarlo el eslogan Por cada dos barriles de crudo que se consumen, sólo se descubre uno. No es el lema de ninguna pegatina de un grupo ecologista. Ni un anuncio de un programa de debate a las tres de la mañana, cuando se ha agotado la crónica rosa en televisión. Es el eslogan de una nueva campaña publicitaria de Chevron, la sexta mayor empresa petrolera privada del mundo. Los anuncios forman parte de una iniciativa más amplia, que cuenta con su propia web, www.willyoujoinus.com, que podría traducirse como www¿teunirásanosotros?com. La web no deja dudas de lo que piensan los directivos de Chevron: «Una cosa está clara: la era del petróleo barato se ha acabado».

Así que esta crisis energética es de verdad. Si por ahora no la hemos notado es porque las economías son hoy mucho más flexibles que durante los choques del petróleo de los setenta y ochenta y porque hay mucha más eficiencia energética que entonces. De hecho, según los datos de la Agencia Internacional de la Energía (AIE), un organismo dependiente de la OCD, el mundo consume en la actualidad alrededor de 30.000 ó 31.000 millones de barriles al año, mientras sólo se descubren 8.000. En otras palabras: Chevron peca de optimismo. No se descubre un nuevo barril por cada dos que se consumen, sino por cada cuatro.

Dónde están esos 8.000 nuevos barriles es también un problema. De hecho, el segundo anuncio de la serie de Chevron lo dice de forma indirecta: La mitad del petróleo del mundo yace en cinco países. Así que ¿dónde vives? Cuatro de esos cinco países son ejemplos de libro de países con un inmenso riesgo político: Arabia Saudí, Venezuela, Irán e Irak. De hecho, en la provincia iraquí de Al Anbar se está descubriendo crudo de excelente calidad, según ha podido saber EL MUNDO de fuentes del Departamento de Estado de EEUU. El problema es que Al Anbar es también el mayor bastión de la resistencia armada al Gobierno de Bagdad y a los soldados de EEUU.

Al margen de esos cuatro países, la otra nación en el selecto grupo de las superpotencias petroleras del mundo es Canadá. El hecho de que Canadá esté ahí es la prueba más clara de que la economía mundial ya ha iniciado la búsqueda de energías alternativas al petróleo tradicional. Porque, si Canadá es un país que rebosa en petróleo es porque ha empezado a contabilizar como reservas de petróleo sus depósitos de pizarras bituminosas en la provincia de Alberta, lo que ha disparado literalmente sus yacimientos. Las pizarras bituminosas son asfalto que se extrae normalmente de la tierra en minas a cielo abierto, y del que luego se obtiene petróleo sintético. El Gobierno de Alberta estima que tiene en su subsuelo alrededor de 174.000 millones de barriles de asfalto esperando ser explotado, y prevé que la producción de petróleo procedente de las pizarras pase de los 750.000 barriles actuales a dos millones en cuatro años. En EEUU y Venezuela hay reservas de pizarras y arenas asfálticas mucho mayores, aunque más difíciles de explotar.

Pero las pizarras sólo serán un alivio momentáneo. Lograr un barril de crudo procedente de estas explotaciones cuesta doce veces más que en Irak o Arabia Saudí (la ventaja es que en Canadá no decapitan a los ingenieros). El impacto medioambiental de la explotación de las pizarras bituminosas es enorme, dado que requieren las mayores minas a cielo abierto del mundo, y el proceso de refino genera una cantidad fantástica de dióxido de carbono, el gas que provoca el calentamiento global de la atmósfera. Además, la infraestructura del Norte de Alberta, donde están los mejores yacimientos, no está preparada para la avalancha de inversiones que se avecina, lo que amenaza con crear cuellos de botella en la producción. Finalmente, si hubiera tecnología para explotar todas las pizarras de esa provincia canadiense al mismo ritmo al que se saca petróleo de Arabia Saudí, las reservas quedarían extinguidas en 2045.

Otra opción son las pilas de combustible alimentadas por hidrógeno, una posibilidad que, según ha explicado a EL MUNDO Jeremy Rifkin, director del think-tank Fundación para las Tendencias Económicas (FOET) y asesor de Romano Prodi cuando éste era presidente de la Comisión Europea «está a la vuelta de la esquina. En tres años, Toyota tendrá en el mercado un coche que funcionará con hidrógeno». Y, según Rifkin, General Motors, a pesar de sus problemas, está invirtiendo 200 millones de dólares al año en la investigación de automóviles que funciones con esta tecnología.

Mientras llegan, va a haber que contar con los biocombustibles, obtenidos a partir de vegetales, concretamente caña de azúcar y maíz. Brasil ya ha logrado ser autosuficiente desde el punto de vista petrolero debido a su masivo plan de inversión en el etanol que se obtiene de la caña de azúcar, iniciado en los años setenta. Y EEUU está avanzando en la misma dirección. Prueba de que los intentos de la Administración Bush -anunciados el pasado enero- de avanzar en esta dirección son serios es que Washington se ha negado a eliminar el arancel de 0,56 dólares que grava cada galón -es decir, casi cuatro litros- de etanol importado. Washington protege así a su naciente industria del etanol, que se basa en el maíz y es menos competitiva que la de Brasil.

La expansión de los biocombustibles puede transformar no sólo el sector energético, sino también la agricultura mundial. Porque cualquier país puede plantar maíz, caña de azúcar o patatas para producir biocombustibles. La expansión de este tipo de fuente energética sería ideal para evitar las permanentes reconversiones del sector agrícola, como la eliminación de 400.000 hectáreas de viñedo que ha sido ordenada por la Unión Europea.

En un mundo de biocombustibes, esas explotaciones podrían reorientarse al cultivo de plantas que produzcan biocombustibles. Y, de paso, hacer factibles compromisos como el del Gobierno español, que pretende que las energías renovables supongan el 12% del consumo energético.

De hecho, el etanol de origen vegetal -o bioetanol- se está utilizando ya mezclado en un 2% con la gasolina para mejorar sus propiedades, aunque ahora se ha logrado ya reducir la proporción de gasolina a sólo el 15%. Esa mezcla se denomina E85 y es el biocombustible de mayor consumo en los países en los que se comercializa. Da lugar a mejores rendimientos en los motores y reduce las emisiones de dióxido de carbono. Además, es mucho más barato de producir que el biodiésel. Pero, a cambio, aumenta el consumo de carburante por los vehículos un mínimo de un 15% y es más corrosivo que la gasolina para los motores.

El bioetanol se produce a partir de los carbohidratos contenidos en vegetales, tales como el maíz, la caña de azúcar, la remolacha, el trigo o la patata, mediante un proceso de fermentación similar a la elaboración de la cerveza. El biodiésel procede de la reacción química entre los triglicéridos contenidos en aceites de origen vegetal o animal y algún alcohol -el etanol o metanol, por ejemplo- en presencia de catalizadores. Este combustible emite menos gases contaminantes que el gasóleo convencional, y no necesita ninguna preparación especial en los motores.

Si en la época del petróleo barato (entre 20 y 25 dólares) la media de obtención de bioetanol era de 2,5 toneladas por hectárea cultivada y de 1,15 toneladas por hectárea en el caso del biodiesel, en la actualidad se trabaja para mejorar estos rendimientos utilizando toda la planta y no sólo el grano o los bulbos. Es más, se contempla dejar los frutos para alimentación y utilizar el desperdicio. Eso sin contar con que ya se están utilizando basuras orgánicas para obtener estos carburantes.

Es un sector en el que España es líder. Abengoa es el primer fabricante europeo de bioetanol, con una producción de 525.000 toneladas anuales. Repsol YPF y Acciona han anunciado la construcción de seis plantas. Cepsa construirá en Cádiz una factoría con una capacidad de 200.000 toneladas. E Iberdrola levantará otra en Zamora con una capacidad de producción de 145.000 metros cúbicos de bioetanol. También hay algunas iniciativas públicas en Cataluña, Galicia y Navarra. Pero la Administración central está mostrando un desinterés enorme, reflejado en la falta de reglamentación existente para la venta de estos productos, hasta el punto de que el bioetanol se contempla como un derivado del vino. En España el empleo de biocombustibles es de menos del 1% del consumo total. En 2010, la normativa europea exige que sea del 5,75%.

Pizarras bituminosas, células de hidrógeno o biocombustibles son sólo algunas de las opciones para afrontar el agotamiento del petróleo. Como también lo son la transformación de carbón en gasolina -técnica utilizada en Sudáfrica y aplicada por la Alemania nazi- o los coches eléctricos. Pero, a medida que se acaba el petróleo, sigue sin haber una alternativa clara. En cualquier caso, hay que evitar que la profecía de Hubbert se cumpla. Y no la del agotamiento del crudo -ésa parece inevitable- sino a la que resumió en su frase: «Nuestra ignorancia no es tan grande como nuestro fracaso para usar lo que tenemos».

Fuente: Por Sergio Piccione y Pablo Pardo (El Mundo).